lunes, 27 de julio de 2020

Los cuentos de Eros: Met-Amor-Fosis

                                                                     Imagen de abrazarlavida.com.ar


               La ciudad es mundo interesante, luces, autos que van y vienen, edificios que se levantan como enormes moles de concreto desafiando el cielo. La gente corre sin tiempo que perder para dirigirse a sus trabajos, sus centros de estudio o simplemente hacer compras y demás actividades.

              Trabajaba yo en un almacén de una importante familia alemana del país. Las ventas habían crecido y los planes de expansión eran inminentes, se requería más personal y afuera en una de las ventanas se había colocado un rótulo amarillo con letras negras, con la exquisita caligrafía de mi jefa, cuyo nombre era Gretchen pero todos la llamábamos Grettel.

              Durante los días siguientes se apersonó muchísima gente, del norte, del sur, del este y del oeste de la ciudad, un verdadero semillero de talento a escoger. Era mediodía del miércoles y aún faltaba dos días para mi fin de semana. Me encontraba acomodando latas del delicioso chocolate Ovaltine, su hermosa lata de color naranja y la imagen la chica sosteniendo una taza de la bebida, me tenía absorto en un sueño, de pronto sentí una mano que me tocó el hombro.

-¿Alex puedes recibir los papeles de los últimos candidatos a las vacantes?

              Era Grettel, me miraba con sus profundos ojos celestes. los miércoles salía por lo general a reuniones de una sociedad bancaria con su padre Adler y yo quedaba a cargo del almacén.

              La tarde transcurrió tranquila, sellando papeles, recibiendo documentos, haciendo preguntas básicas ¿Dónde vive? ¿Cuál es su experiencia? ¿Porqué desea formar parte de Almacén Spiegel?, hasta que de pronto por la puerta entró una chica a lo sumo de unos 20 años. No vestía como lo hacen las mujeres de la capital, al acercarse y sentarse en la silla frente a mí su negro cabello se sacudió y el olor a leña confirmó que venía de muy lejos.

-Permítame sus documentos.

-Sí señor, aquí los tiene. (¿Señor? si acababa de cumplir mis veinticinco años el mes pasado, ha de ser por puro formalismo, me dije)

              Mientras sacaba de un viejo sobre de manila amarillo, no pude evitar mirarla, 
su rostro tenía un hermoso perfil angular, sos ojos eran castaños y grandes, los labios competían en intensidad con el rubí, sus cejas eran arcos vírgenes a la pinza, lo mismo que sus pestañas al encrespador.

-Muy bien señorita López. Le estaremos llamando.

             Sonrió al tiempo que se levantaba de la silla, su pantalón de army dejó entrever de manera fugaz una hermosa silueta.

               El lunes siguiente me encontraba de  nuevo ordenando las latas de Ovaltine, soñando con la chica de la taza de chocolate, cuando de nuevo volví a sentir una mano tocando mi hombro.

-Alex mira, ella es Diana López y es desde hoy parte de nuestra familia del almacén.

-Hola Diana. Sonreí lo mejor que pude, no sin antes percibir nuevamente el olor de la leña en su cabello, vestida en su uniforme el cual le quedaba muy abombachado y flojo.

               Diana miraba todo alrededor, me esbozó una sonrisa que en ese momento  la sentí extraña. De por sí las chicas cuyo cabello huele a humo no eran mi tipo, me repetía a mí mismo.

               Transcurrieron los días, yo seguía en mi ir y venir, apoyaba ahora a Grettel con la contabilidad del almacén. Nuevamente tenía que ir a rellenar mis queridas latas de Ovaltine. De pronto, caminando hacia el pasillo, una llegó rodando a mis pies, ¡alguien había invadido mi territorio!. Avancé rápidamente no sin antes sentir un aire a leña alrededor. Miré despacio hacia la góndola...

-¡Lo sabía, Diana!

              Me acerqué lentamente por detrás de ella, que seguía acomodando las latas de chocolate y contemplando, como yo lo suelo hacer, la imagen del envase.

-Es una chica bonita, ¿cierto?. Diana se sobresaltó al oír mi voz, volteó para mirarme desde abajo, sentada sobre la caja.

-En realidad nunca he probado algo así...

               Ella siguió con lo suyo como si yo no existiera, de pronto sentí que el olor a leña ya no me molestaba tanto, podía ver como de sus ojos brotaban un par de lágrimas, en ese momento solo pude poner una mano sobre su espalda.

-Alex ¿porqué ellas me tratan tan mal? . Me dijo señalando con la cabeza donde se encontraba otro de grupo de chicas que en el almacén les decíamos "las divas" por su forma de vestir y maquillarse. Las divas se habían encargado de hacer de la llegada de Diana, un infierno, habían sacado y anotado en una lista hasta su último defecto y a la hora del almuerzo ninguna compartía con ella en la mesa.

-Diana, eres nueva,- le dije. La ciudad puede darte cosas dulces pero también tragos amargos. Haz oídos sordos y pronto dejarán de molestarte. Me encargaré de mostrar para tí, lo mejor de la ciudad.

               No podía evitar sentir algo de compasión por ella, lejos de su familia, en un ambiente diferente y recibida de no muy buena forma.

-Hagamos algo, te veo a la salida y te enseñaré algunos lugares mágicos de este lugar.

-¿En serio? pero yo...

-¡Pero nada! te veo al salir del almacén.

                Con su mano izquierda secó sus lágrimas, se levantó y sonrió. Pude contemplar que me siguió con su mirada hasta que me perdió de vista.

                 Fue extraño, a partir de ese día, al salir del almacén íbamos a varios lugares de la ciudad como teatros, cines, quedó maravillada con la visita al museo, con el sabor de crepas con helados y fresas y siempre terminábamos despidiéndonos en la esquina del parque de la ciudad ella vivía dos calles al sur y yo cuatro hacia el oeste.

                Cuanto mas pasaban los días el olor a leña se iba disipando o quizá me estaba acostumbrando, Diana llegó a dar un matiz muy diferente a mi estructurada vida, todo le sorprendía, se maravillaba por lo simple, por las cosas que para mi asombro no las encontraba fascinantes, empecé a redescubrirme.

             Una mañana de viernes, Diana no llegó a trabajar, había dicho a Grettel por teléfono que se había golpeado el tobillo bajando las escaleras de su departamento por lo que tendría reposo casi todo el fin de semana.

               El grupo de Las divas, aprovechando la ausencia de Diana, contaron las mas inverosímiles historias de amor entre Diana y yo, al pasar al lado de ellas guiñaban sus ojos y me lanzaban besos sarcásticos, lo cuales ignoraba fríamente.

               Esa tarde de viernes caminé hasta el apartamento de Diana, llevaba en mis manos un tarro de chocolate Ovaltine y un girasol que había comprado en el parque, pensando que la animaría. En pocos minutos logré llegar al lugar y una casera en muy mal modo me recibió.

-¡Ah si, la pueblerina! Vive en el número diecisiete.

               El corazón me palpitaba, no entendía porqué. Los números en las puertas avanzaban a mi paso, doce, trece, catorce...mi pecho se comprimía, el aire me faltaba y las rodillas se doblaban. Llegué a la puerta del departamento diecisiete y toqué a la puerta.

-¡Alex!

              Diana estaba frente a mí, sus ojos brillaban de sorpresa, vestía un pantaloncillo de color azul y una blusa amarilla holgada. Su cabello estaba amarrado en una trenza larga  y su tobillo estaba vendado.

-Hola Diana, quería saber como seguías y te traje esto. 

              La flor iluminó su rostro, el fulgor de su mirada competía con los dorados pétalos del girasol, la lata de chocolate la abrió de inmediato para percibir su olor. Me invitó a pasar y adentro el tiempo se detuvo.

              La puerta se cerró tras de nosotros y un silencio se  apoderó del aposento, no escuchábamos nada, o al menos ambos negábamos escuchar el ruido exterior, los ojos del uno se toparon con el otro. Por inercia y consideración al pie de Diana, la abracé por la cintura y fue el chispazo de partida que perpetuó el encuentro de sus labios con los míos, el ritmo de ambos corazones encontraron una colosal sincronía y la respiración de los dos se entrecortaba.

              Por la ventana se veía los últimos destellos de sol iluminando su sala, esa misma donde estábamos de pie, donde mis manos habíanse refugiado bajo su blusa y acariciaban suavemente su espalda para ascender rápidamente retirando la prenda de ella y dejándola caer al suelo. Al lado de ésta, caía mi camisa.

              Frente a  mi estaba dando inicio una maravillosa metamorfosis, aquella chica de ropa abombachada y floja escondía una hermosa silueta, cual mapa hacia un tesoro. Mis dedos palpaban suavemente su espalda y convergieron en su cintura donde el pantaloncillo cayó al cálido piso de madera casi mas por gravedad que por las manos, en su esplendor una hermosa mariposa salía de su pupa.

               Extasiado, tragando grueso contemplaba a Diana frente a mi, ambos en ropa interior, ella abriéndose cual flor al amanecer, yo como el jardinero cuidandola con delicadeza. La fusión de almas y cuerpos estaba por completarse, los besos se volvieron mas intensos y mas distantes de la boca, Diana tenía sus ojos cerrados y mi mis labios podían saborear la piel de su espalda y su vientre, un hormigueo intenso se apoderaba entre sus piernas y sus senos aprisionados por mis manos, las cuales tropezaron con el tarro de chocolate y comenzaron a untar su piel y mi cuerpo con el sabor del cacao azucarado, los besos iban y venían cargados de dulzura.

              La noche ya había caído, la luna asomaba entrometida por una de las ventanas, como queriendo no perderse el tributo a Eros, dos cuerpos desnudos, moviéndose al unísono compás, la inocencia de Diana y la iniciativa de él fundidas un cuerpo dentro de otro. Las uñas de Diana rasgaban suavemente la espalda de Alex en su punto mas alto. La trenza habíase soltado y escurría sobre su espalda y sobre el pecho de él, ambos en el suelo ella encima lo aprisionaba dentro suyo y con sus manos, los cabellos negros caían en la cara de Alex y el olor a leña se volvió mas agradable que nunca.

-Sabes como el mar- dijo ella

-Y tu como el bosque- le repliqué

               Ella sonrió respirando con dificultad, de mi mano la tomé y fuimos  a la ducha, enjugué sus cabellos con un jabón que tenía en la repisa, mis manos cubrieron su cuerpo de espuma, exploré cada uno de sus rincones mientras la enjabonaba, sus manos estaban contra la pared , sus piernas en un magnifico ángulo y su cabeza echada hacia atrás con sus mechones escurriendo agua por la espalda.

              La sensación mis manos resbalosas recorriendo de arriba a bajo sus costillas y sus senos en un cálido masaje, hicieron que ambos unidos por nuestros vientres perdiéramos la noción del tiempo, en tanto la ducha escurría su agua tibia sobre nuestros  cuerpos.

               En lo más alto del cielo, mas allá de la medianoche, Diana y yo nos vestíamos ligeramente, ella con ropa interior alta, conservadora, lisa, pero que realzaba su cadera, su hermoso pubis y cuyo borde llegaba al oasis de su ombligo, mismo que había bordeado con besos infinitamente esa noche. Sus senos estaban al abrigo de la blusa bombacha amarilla, firmes, aún endurecidos de placer y sensibles al roce de la tela.

              Nos acostamos en un camastro que si bien era amplio para los dos, tenía un colchón algo duro, las luces se apagaron y con ellas un beso y un abrazo juntos bajo las cobijas. Serían las tres de la mañana y yo la contemplaba, incrédulo, la chica a la que molestaban por su forma de vestir, de la que se reían por su origen y de la que me molestaba su olor a leña, resultó ser un chispazo, un complemento, una maravillosa persona que días atrás había compartido conmigo infinidad de lugares y aventuras, que me había confiado su alma entera y que esa noche la había fusionado con la mía con nuestros cuerpos.

             Durante una hora miré sus piernas torneadas, con algunas laceraciones, quizá por la vida de campo, su trasero hasta donde me permitía la blusa amarilla, la abracé fuerte, la besé y sentí sus manos apretar con fuerza las mías, sentí su voz esbozar algunas palabras hermosas, sentí su corazón abrirse como nunca. Los dos olíamos a chocolate, a leña, los dos olíamos a jabón.

¡La metamorfosis se había completado!. 



domingo, 25 de noviembre de 2018

PARA JUSTICIAS...EL TIEMPO



PARA JUSTICIAS EL TIEMPO



Manuel González Zeledón (Magón)

Fue en la Nochebuena de 1872 y, si hubiera sido en la de 1912, mis recuerdos no serían más claros. Esa noche cumplíamos años Nuestro Señor Jesucristo y yo, y con tan plausible motivo, en mi casa se armaba la gorda, pues mi familia ponía portal y, de refilón, me celebraba el natalicio. Por lo menos, yo me creía que todas las fiestas, músicas, villancicos, bailes de pastores, juegos pirotécnicos y demás jolgorios, no tenían otro objetivo que el de celebrar el aniversario de mi venida a éste que yo entonces juzgaba como valle de miel y hojuelas. Además, acababa yo de laurearme de Doctor en Cartilla y Doctrina Cristiana, algo así como in utroque jure, en la jamás bien ponderada recordada escuela de primeras letras de doña Eusebia Quirós, precursora de Froebel y de todos los kindergardens. De modo que mi cumpleaños, la terminación de mi carrera primaria, y la coincidencia de se Nochebuena, vinieron a presentar excusa para inusitadas alharacas.

No sé si fue con motivo de tales acontecimientos, pero es el caso que, para esa noche, se anunciaba la inauguración en la Plaza Principal del Circo Ciarini (Ciarini lo llamaba la Historia), el primero que llegaba a Costa Rica con leones, tigres y cebras, el primero que nos hacía el grandísimo honor de presentarnos el gran salón Leotard, y el primero que nos distinguía con las desternillantes gracejadas de un clown, "envidia de arlequines y payasos en el universo entero". Así lo decían los grandes cartelones que ostentaban sus brillantes colorines en todas las esquinas, hasta en la de mi casa, en donde un furibundo tigre de Bengala, azotado por un hermoso gladiador romano, saltaba por entre un aro de llamas que a gran altura sostenía una gladiadora romana, en tanto que, montados en el lomo de un leonazo de Numidia, hacían ejercicio unos gladiadorcitos, también romanos.
De fondos andaba yo sumamente escaso; la entrada a gradería, para esa función de circo, "para niños menores de diez años, cincuenta centavos; para adultos, un peso". Eso costaba. Yo era niño menor de diez años, pero no tenía la menor idea de lo que era ser adulto, y como al "torcido todas se le hacen", nada de extraño tendría que fuera yo a resultar adulto, justamente cuando menos necesitaba serlo. Había que poner en claro ese punto interesantísimo, antes de echarse por el mundo en busca de los reales para la entrada. Afortunadamente, Juan Castro, viejo soldado del 56, y encalador oficial de mi morada, me sacó de la tremenda duda. Estaba el hombre echando sapos y culebras, por la pegada del cartelón en la parte recién encalada de nuestra casa, cuando me acerqué a él con mi consulta.

-¡Hombre, Juan!, ¿quiénes son los que son adultos?
-¿Qué's la cosa?
-Que si vos sabés que's adulto.
-Claro que sé, ¿pa qué querés saber?
-Para la entrada del circo.
-Pa vos son de a cuatro reales; dejá de estarme jorobando y largáte de aquí con tus geografías.

Se me quitó un gran peso de encima. Juan, tendría sus razones para no explicarme el significado de la misteriosa palabra, pero ya sabía yo que, fuera lo que fuera, a mí no me tocaba. Y me largué en busca del empréstito.

Vendí mis bonos a la par, sin interés ni comisión y a cinco sábados de plazo, a mi padrino bautizante, e Excelentísimo doctor don Martín Mérida, Enviado Extraordinario de la República de Guatemala en Costa Rica, e hipotequé mi palabra de honor, libre hasta entonces de toda clase de gravámenes y servidumbres. A la memoria de mi ilustre padrino debo infinitos respetos y cariños por mil otros servicios y bondades pero ése ocupa preferente lugar en mis recuerdos. ¡Que Dios se los haya tenido en cuenta, si de abonos de alguna especie hubiere necesitado aquel cumplido ministro de Dios y de su patria, excelente caballero y noble amigo!

Y como yo era "niño menor de diez años", y tenía en mi bolsillo los consabidos "cincuenta centavos", al circo me fui derechito a comprar mi entrada y asiento de gradería. Eran las tres de la tarde, y los anuncios marcaban las ocho de la noche, como hora para dar comienzo al espectáculo.

Naturalmente, la boletería aun no estaba abierta; en la espaciosa carpa extendida en la esqina sudeste de la Plaza Principal, y adornada con banderolas y gallardetes de todos los colores y nacionalidades, se llevaba a cabo la faena de aplanar el redondel, en donde los caballos habrían de ejecutar sus proezas, y de cubrirlo con serrín de madera que estaba amontonado al lado de la carpa. Las fieras, la maravillosa cebra, la colección de monos sabios, los caballos, los ponies, la mula mañosa, y demás elementos de la colección zoológica, estaban ya ocupando una pequeña carpa vecina a la del espectáculo; los mozos no se daban punto de reposo en el arreglo de trapecios y argollas, garfios, roldanas y torniquetes; las grandes farolas o candilejas rebosaban petróleo; los andamiajes de la gradería resonaban a los continuos golpes de martillos y de mazos; las lonas de la inmensa carpa ondeaban a impulsos del viento alisio de diciembre, formando oleajes difícilmente contenidos  por los tirantes de recio cable, y producían ruidos sordos como de lejano trueno. Y en medio de aquel vaivén de peones y maromeros el señor Ciarini, con sus altas botas charoladas y su sombrero chambergo, sus gruesos bigotes y perilla al estilo de la casa de Saboya, y un pequeño látigo que su impaciencia hacía crujir. ¡Qué espléndida figura, qué majestuoso porte!

A él me acerqué con mis cincuenta centavos, y respetuosamente le requerí para que me vendiera el mejor asiento de gradería que pudiera ofrecerme. No se dignó atenderme: con voz imperiosa me dijo:
-Ayude a traer el serrín para el redondel, ¿apure!
Y quedé convertido en sirviente, por obra y gracia de su insolente imposición Estuve acarreando serrín, hasta que el redondel quedó completamente preparado; después me mandaron a acarrear agua para las bestias; el balde era pesado, pero mi energía era inquebrantable; gran parte del agua me bañaba de media pierna para abajo; poca llegaba a la canoa de las sedientas alimañas.

Por fin, todo estaba listo, nos arrojaron fuera de la carpa a todos los muchachos ayudantes, no nos dieron ni las gracias. No las necesitaba. Yo había tenido el honor de conocer al señor Ciarini; había visto el clown, y hasta le había ido a comprar un real d tabacos: había estado a cinco pasos de distancia de la jaula del león, y a seis o siete de la de los tigres; había visto la cebra, y hasta había presenciado el acto de pintarla o repintarla con nitrato de plata, que manchaba los dedos de negro, que ni el jabón podía disolver. Todo lo había visto, observado, catalogado; era el más feliz de los niños menores de diez años que encerraba la tranquila ciudad de San José de Costa Rica, en el mes de diciembre de 1872.

Esperé, cercano a la candileja, a que abrieran la boletería; compré el primer boleto, y corrí con él a casa a lavarme, a peinarme, a sacudirme para volver sin demora a escoger puesto en la gradería, y situarme en el punto más conveniente para gozar de todas las peripecias del espectáculo. No quise comer; al diablo con el apetito; lo imperioso era el Circo, y a él regresé sin demora.

Aun hube de esperar a que la policía, los serenos, llegaran a ocupar sus puestos de vigilantes; nadie me arrancaba de la cuerda que sujetaba la cortina de la puerta de entrada. ¡Por fin...!
La gran candileja central iluminaba con radiaciones de incendio todos los ámbitos de la gran carpa; escogí mi puesto, lo cambié varias veces; éste era demasiado alto, aquél demasiado bajo, el otro no quedaba exactamente en frente del trapecio, éste sí, éste, el mejor sin duda, mirando al espacio en donde se situaba la banda militar, a espaldas del palco del Gobernador, frente al boquete por donde tenían que aparecer los artistas; sí, éste era el "más mejor"; y allí me senté y me acomodé, como si me hubiesen clavado, atornillado con pernos y tuercas.

Fue llegando toda la gente, primero por parejas, luego por grupos, más tarde por montones, y se llenaron las galerías, los palcos, los pasillos; no había en donde echar un alfiler; el Gobernador don Mateo Mora, con su Secretario y el Fiscal, y muchos otros señorones, y señoras con crinolinas y vuelos, y bucles y peinetones, y la banda tocando sus mejores y más incitantes pasos dobles, y los chiquillos vendiendo confites y distribuyendo programas, y el león rugiendo en su jaula, y los tigres maullando como intensísimos gatos, y los monos chillando, y yo en la gloria, como yo me figuraba la que en el Catecismo de Ripalda se promete a los buenos, a los justos, a los inocentes.

De uno de los grupos tardíos que buscó acomodo del lado en donde estaba mi asiento, se desprendió un hombre como de unos veinticinco años, pequeño de estatura, macizo, pelo rizado, ojos azules, barba y bigote rojizos; recorrió con la mirada la galería, y al divisarme se vino derecho a mí, abriéndose campo por entre la apiñada muchedumbre que ocupaba las gradas inferiores; me tomó bruscamente la muñeca, y colocó el dedo del corazón sobre la arteria de mi puño.
-Chiquito, ¿qué es lo que usted tiene? - me dijo con aire de gran preocupación.
-Nada, señor, yo no tengo nada.
Me pasó la mano izquierda por la frente, y me dijo:
Usted tiene una gran calentura, ¿dónde vive usted?
-A dos cuadras de aquí, esquina opuesta al Seminario.
-Pues hijito, corra a su casa a que le hagan algo, porque Ud. Está muy enfermo, corra; yo le cuido el asiento.

La excitación nerviosa en que yo me encontraba, la fatiga de los trabajos del día, el pequeño resfriado que la mojada de las piernas y pies me había ocasionado, y la falta de alimento durante las últimas diez horas, unido a la seriedad con que aquel hombre me hablaba , me sugestionaron al extremo de sentirme acalenturado. Puse toda mi confianza en mi improvisado protector, le entregué mi asiento, y salí escapado para casa a que me hicieran algo, con la esperanza de volver inmediatamente, sin perder ni siquiera la primera parte del programa.

A casa llegué desalado; acudí a mi abuela, que era nuestro médico de cabecera, expúsele mi querella, contéle las circunstancias, y rióse de mi simplicidad.
-¿No tengo calentura? ¿Y cómo el hombre me dijo...?
-No sea abobo, hijito; vuélvase al circo; ese hombre, lo que quería era quitarle el asiento. Ármele un escándalo, pero no lo deje que se lo quite.
¡Mil rayos y mil millones de centellas! ¡Lo que es ese colorado no ríe de mí!
Al Circo volví, lleno de indignación, rabioso, herido en lo más íntimo de mi alma de niño menor de diez años.
Cuando el hombrecillo me vio acercarme, soltó una carcajada que aún resuena en mis oídos. Atropellé a los espectadores, me escurrí entre las gradas, y llegué hasta mi hombre.
¡Déme mi asiento!
-¿Cuál asiento? ¡No venga a molestar!
-¡Que me dé mi lugar, viejo mentiroso...!

Me dio un empellón, me arrojó de la gradería, y llamó a uno de los serenos, a quien me denunció como atropellador y escandaloso. El policía no oyó mi alegato, me amenazó con echarme fuera de la carpa sino me sosegaba; los circunstantes, empeñados en escuchar las gracejadas del gran clown, me ordenaron callar. Comprendí que estaba perdido si pedía que se me hiciera justicia; de nada me valía mi personal amistad con Ciarini; El cielo me había abandonado. Me resigné, y tuve que  pasar el resto de la representación confundido con la multitud en uno de los pasillos, sin poder ver lo que pasaba en el redondel, que yo había ayudado a cubrir de fresco y oloroso serrín de cedro, sin ver la pantomima, sin mirar las piruetas del clown ni sus habilidades con varitas y bonetes; de las fieras, solo los rugidos y aullidos pude escuchar; y muy de tarde en tarde lograba apenas divisar, por entre las piernas y barrigas de los adultos, la regordeta figura de la equitadora, los amplios pantalones del payaso, las patas pintadas de la cebra, y las ruedas de las jaulas de las fieras. Solo el salto Leotard vi, allá en el aire, a prodigiosa altura; el maromero que lo dio, se meció por largo rato en un trapecio; otro maromero colgaba de las corvas, de un par de argollas pendientes del techo; el saltador soltó el trapecio, hizo un giro gracioso en el espacio, y cayó en los brazos del otro, sin sacudimiento, sin precipitación; bajó por una cuerda al redondel; le perdí de vista. El público aplaudió frenéticamente.

Mi hombre, mi pelirrojo, el grandísimo mentiroso que me había arrebatado mi asiento y me había engañado y maltratado, reía, aplaudía, gozaba inmensamente, tanto o más que todo el resto del público. Me sorprendió que gozara, pues yo creía que todos los hombres tenían conciencia; así lo dice el Catecismo de Ripalda. Está equivocado.

A mi vuelta a casa, nada dije; a quienes me preguntaron por la función del Circo, les hice fantásticos descripciones de cuanto había visto, y exageradas apreciaciones del gran salto. Oculté mi humillación, y a nadie confié mi inmenso quebranto.

Cuando llegó la hora de los cánticos y de los villancicos al Niño Dios, todos los muchachos nos acercamos al Portal, y entonamos con los viejos nuestras salutaciones al Salvador del Mundo. Al final, se rezaba un Rosario acompañado de músicas y pólvora, y en una de las partes de éste se hacía la petición, se presentaba verbal o mentalmente la solicitud a Dios de los favores deseados, de las necesidades satisfechas, de los perdones merecidos.

Entonces me acordé de que hay un Dios de justicia, un Señor de todo lo creado, Todopoderoso, para quien todos los peti-colorados del universo, todos los serenos y policías de la Tierra, todos los que se burlan del dolor de los "niños menores de diez años", son como el polvo del camino arrebatado por el viento, como la hoja seca deshecha por la tempestad, como la nube herida por el rayo; y a ese Dios y Señor le pedí justicia para ese instante, para el día de mañana, para dentro de muchos años, pero justicia.
Y siguió la fiesta y la cena de tamales olorosos, y el baile, y, por fin, el sueño, aliviador de todos los pesares.
*******
Era el año 1876, veinticuatro años más tarde.
Entre varios documentos de plazo muy vencido y escrituras hipotecarias que debían ejecutarse, otorgadas a favor de mis poderantes, los señores William Le Lacheur Son, de Londres, campaba en mi escritorio la de un tal Perico de los Palotes, a quien llamé a mi oficina para que me hiciera proposiciones para evitar el remate de la finca.
El día señalado en mi citación apareció el sujeto. Lo reconocí en el acto. Los veinticuatro años no habían borrado sus facciones, no habían cambiado su fisonomía; la misma cabeza rizada, los mismos ojos azules, la misma barba de herrumbre salpicada de manchones blancuzcos, sucios.

-¿Qué desea usted?
Vengo a se llamamiento para ver si logro que me dé un respiro para el pago de mi hipoteca. Las cosechas han sido malas; el precio del café no paga las cogidas; los animalillos no tienen pasto, porque los potreros están secos; parece que me hubiera caído la maldición de Dios. Si me obliga al pago inmediato, habrá que rematar la finca, y me deja en la calle; si me espera, pagaré en un par de años, con intereses y gastos, y me salvo. ¿Qué me dice?
-Siéntese usted y hablemos. Su fisonomía no me es desconocida, me parece haberle visto a usted hace ya muchos años, y si mi memoria no me es infiel fue una noche, Nochebuena, cuando se inauguró en la Plaza Principal un circo, el de Ciarini; estaba yo sentado en la gradería, y ...

-¡Qué memoria tiene usted! Yo apenas recuerdo eso muy vagamente, y solo me lo hace recordar el hecho de que habiendo llegado tarde y no encontrando acomodo, le metí un gran susto a un chiquillo pecosillo, a quien le hice creer que estaba muriéndose. El chiquillo se fue en un temblor para la casa, pero de seguro comprendió de camino el engaño, porque volvió hecho una furia, y armó una gran gritería por su asiento; yo llamé a un policía, éste lo retiró, y yo me quedé tranquilo. Vea señor González, muchos circos han venido después con gangas, pero ninguno me ha hecho la impresión que ese de Ciarini en la noche de su estreno, mi palabra de honor.

- A mí me pasa exactamente lo mismo: ninguno me ha impresionado tanto como ése, en esa noche; no tiene usted más que fijarse cómo me impresionaría, cuando sepa que yo, yo mismo, era y soy el chiquillo pecosillo a quien usted dio el gran susto, a quien usted robó su asiento, y a quien usted, abusando de su tamaño y de su fuerza, de mi flaqueza y de mi insignificancia, arrojó a empellones de la gradería, e hizo ultrajar por la policía no menos brutal e injusto que usted.

-Pero, hombre, ¡quién hubiera creído...!
-Hemos terminado; si dentro de tres días no ha pagado usted su deuda, entablaré la ejecución sin ningún género de contemplaciones; hombres que, como usted, son crueles con un niño, no merecen la compasión de Dios ni de los hombres.
Puede retirarse.
Hubo remate.
¡Para justicias el tiempo!

sábado, 24 de septiembre de 2016

Manual del Trabajólico: Capítulo 1-Cómo arruinar tu relación de pareja en 6 sencillos pasos.

     Estimado lector, si es de los que adora trabajar, estudiar, envolverse en horas con proyectos y es de los que suele saltarse el almuerzo y la cena porque desayunó a las tres de la tarde, entonces este manual ¡es para usted!.

     Sólo siga estos sencillos 6 pasos  y muy pronto tendrá todo el tiempo para continuar en sus actividades.

     Advertencia: El proceso puede ser irreversible y doloroso en todas las ocasiones y circunstancias.


PASO 1: Empiece a adquirir pequeños compromisos que contrapongan su relación de pareja y disfrácelos de prioridades. Involúcrese en grupos de estudio, deporte, matricúlese en un gimnasio, o en una academia de idiomas exóticos como thailandés, coreano, ruso, cuanto mas complicado su aprendizaje mayor sus oportunidades para argumentar que no puede salir por las noches y fines de semana.

PASO 2: Abrale las puertas al estrés...doble puntaje si pasa despeinado y con cara de aterrado, caminando de prisa de un lado para otro... esto a simple vista le enviará el mensaje a su pareja clarísimo: "No estoy para ti".

PASO 3: Mi favorito...involucre al celular en sus relaciones íntimas, prohibido apagarlo, ponerlo en modo avión, bajarle el volumen o desconectar el paquete de datos. Escoja ese momento del día donde ambos hierven en hormonas...dejen que Eros tome el control del momento y que justo en medio de esas respiraciones agitadas de placer, caricias y fusión corporal.....riiiiing.....riiiiing! Que mejor manera de caer de la nube que una llamada en medio de ese momento y ¡mucho mejor si es de trabajo!

PASO 4: Reduce el disco duro de tus sentimientos....Empieza por mandar a la papelera de reciclaje, todo aquello que creas que no es importante, que roza con tus nuevas prioridades, cumpleaños, aniversarios, citas, en poco tiempo será incluso necesario que pongas en Evernote el nombre de tu pareja para recordar como se llama.

PASO 5: Regla de oro, siempre busca una excusa. Los grandes trabajólicos saben que las excusas se convierten en el mejor pretexto para evitar salir, gastar tiempo en cosas que consideran sin importancia como visitar la familia de su pareja, ir al cine, pasar tiempo de calidad juntos.

PASO 6: Importantísima...por nada del mundo demuestre afecto, cero besos, no tome de la mano a su pareja, no la abrace, recuerde siempre que es mas importante el que dirán los demás y saque de su cabeza aquella máxima "cuando se quiere, se puede"...

domingo, 27 de octubre de 2013

Nos renovamos!

Hola a todos! Las visitan lo confirman! Dígalo sin rodeos irá ahora sin restricción de ingreso, el primer cuento de Eros fué un éxito (La Pavoneada) y vendrá el próximo sábado el siguiente cuento de Eros, titulado: El Autobús.



     Por otro lado, aparte del contenido sabatino, tendremos además nuevas secciones de realidad nacional y de quehacer cotidiano. Los miércoles iniciaremos con una nueva sección llamada Conspiraficcciones, una mezcla de un hecho real y una ficción o final alternativo posible. Comenzaremos, con la historia de los Reptilianos.


Hasta el miércoles 30 de octubre!

Los cuentos de Eros: La Pavoneada

     Solía llegar cada mañana con la cabeza erguida, con un paso al caminar como el que usan los pavos reales cuando muestran su plumaje, lento, ávido, colorido y hasta pedante.

     De cuando en cuando miraba de reojo a sus compañeras, sentía que ninguna le ofrecía competencia, nadie pero nadie del grupo de féminas de la empresa para la que laboraba podía arrebatarle ese privilegiado y autoproclamado primer lugar  de belleza y del que día a día frente al espejo desnuda, escurriendo gotas de agua tras la ducha contemplaba por la largo rato.

     -¡Soy hermosa! - se repetía para sí. A un lado un viejo álbum de fotografías y encima unas tijeras.

     Valeria,  el hermoso espécimen femenino de piel tersa, senos firmes, caderas robustas y piernas torneadas, tomó las tijeras y picó con desesperación y furia cada una de las fotografías del interior de álbum...

     -Maldita seas...nunca, nunca mas....

     A sus pies, trozos de recuerdos de su adolescencia, de aquella niña pecosa, flaca, de pelo corto, de pantaloncillos flojos y blusas holgadas, mas parecida a un niño afeminado que a la glamorosa y monumental mujer que era hoy día.

     Odiaba su anterior yo, el yo que no conseguía citas con los chicos, el yo que no la hizo popular, el yo que la confinó a encerrarse en sí  misma y en buscar algún día su tan anhelada metamorfosis, soportó las burlas de sus compañeras, pero no podía dejar de pensar en como llegar a ser como ellas, lindas, populares y tenían a los hombres comiendo de su palma y besando los pasos tras de ellas...

     El ingreso a la universidad fue el inicio  del fin de su yo colegial y el florecimiento de Valeria. Primero ganó peso comiendo y luego hizo arduas sesiones de ejercicios para "acomodar a su gusto" su cuerpo, sus senos habiánse puesto flojos y caídos, la desesperación se apoderó de la chica y recurrió a medios ilícitos, que Eros no detallará, para poder reafirmar su autoestima con uno que otro retoque en la nariz, los pómulos, la boca entre otras cosas.

     -Nunca mas, nunca...-volvió a decir en voz baja mientras con desprecio veía las fotografías despedazadas en el suelo....

     Su obsesión a sí misma había llegado al punto de que su casa tenía espejos por todos los pasillos, en la cocina, en la cochera, su cuarto tenía un inmenso espejo en el cielo raso y en las paredes para que al despertar, lo primero que contemplase fuese a sí misma...

     Su vehículo tenía espejos en los asientos y en el dash, en el bolso cargaba por lo menos con tres, constantemente se miraba en ellos, su tiempo productivo en el trabajo se dividía en el quehacer cotidiano y las escapadas al baño, el ajuste de su ropa interior blanquísima por defecto, ningún cabello fuera de lugar, sus labios rojos y gruesos, habíase llegado a considerar que no había nadie mas como ella en el mundo, que el ideal de belleza correspondía consigo misma, no sentía competencia de su entorno, todas las demás tenían mas defectos que virtudes...por fin había logrado convertirse en lo que anheló de sus compañeras de colegio.

     Cierto día al entrar a su trabajo, sintió algo extraño en el ambiente, caminó como de costumbre pavoneándose de un lado a otro, mirando de reojo las demás, pero algo la inquietaba, al fondo del pasillo de los cubículos se confirmaba su temor...

-Esa, ¿quien será? ¿Una compañera nueva tal vez?- se dijo. Quedó atónita contemplando una chica con sus mismas características físicas, que se movía pavoneándose al igual que ella de un lado para el otro y sofisticada al vestir igual que ella.

     Su corazón se estrujó, pasó angustiada todo el día, no habló con nadie, no miró a nadie, en su mente sólo estaba el recuerdo de una potencial rival esta mañana, no había redactado ninguno de los documentos solicitados por su jefe, su monitor seguía encendido y ninguna tecla había sido presionada....

     -No puede ser...dijo mordiéndose los labios.

     En los cubículos contiguos al suyo una "reunión social" de última hora había traído algunas risas y carcajadas, Valeria sintió su corazón palpitar mas deprisa, el sudor corrió por su cuerpo aglomerado en enormes gotas que mojaban su espalda y caderas.

     -¿Será que ya hizo amistad tan pronto? ¿Se estarán riendo de mí?

     La mente de la preciosa mujer divagaba entre pensamientos de cómo su rival estaba siendo el centro de atención y una regresión a la adolescencia...

     -Nooooooo, nunca mas, noooooo- se repitió sollozando, no quería ser desplazada de su lugar, sentía su corona desvanecerse y su rival sentarse en su trono, su tristeza se transformó en ira, en venganza, en su cara sus cejas se arquearon malévolamente, nadie le arrebataría lo que tanto le había costado, lo que justamente se mereció...nada ni nadie....

     Se planteó enfrentar a su rival, tomó fuerzas, se retocó el maquillaje, se peinó y fue hacia el pasillo del fondo de los cubículos, para su sorpresa, antes de llegar al final, le pareció distinguir que su rival ya estaba de pie, esperándola.

     En los cubículos todo trasncurría con normalidad, balances por aquí, órdenes de compra por allá, regaños, capacitaciones, campeonatos de solitario...nadie tenía idea de lo que acontecería.

     Valeria estaba cegada, tenía sentimientos encontrados, ira, tristeza, frustración, por su mente recordaba los pedazos de fotografía que había cortado hace poco y que parecieran haber jurado venganza enviándole una persona con cual competir de tu a tu.

De pie, mirando la ingrata que en solo pocas horas le había destronado, sólo pensó en una cosa en aniquilar su obstáculo, emprendió una endemoniada carrera para abalanzarse sobre aquella otra monumental mujer que le había perturbado la vida, Valeria vió que aquella también corrió a abalanzársele, corrió aún mas deprisa, su corazón estaba por estallar de ira, faltaban pocos metros y segundos para darle su merecido a esa que irrumpió su habitat laboral....un grito agudo y vidrioso, terrorífico cambió la rutina de la empresa, todos alzaron sus cabezas en clara señal de confusión. Corrieron súbitamente al pasillo donde habían escuchado a Valeria pavonearse.

     Asombrados, sin palabras, contemplaron en el fondo del pasillo, el ventanal de espejo colocado la noche anterior, estrellado, roto en punzantes filamentos, del otro lado una pavoneada viva de milagro, pero cortada por todos lados.


La moraleja de Eros: Acéptate tal como eres y sé en todo momento y lugar tal cual eres

jueves, 20 de enero de 2011

Pasá Riteve en 10 pasos sencillos

Este año es el noveno en que se realiza la RTV en Costa Rica. Mucho se ha custionado sobre la Revisión pero a fin de cuentas demostró ser útil, los accidentes por desperfectos mecánicos descendieron a niveles jamás vistos y la mayoría de los que ocurren son por error humano (falsos adelantamientos, excesos de velocidad). Bueno, esto no es un espacio para publicitar a Riteve sino mas bien como prepararse para ella. Es muy sencillo ir solo a una única inspección si se sigue esta estartegia:

1. Primero que todo lave su carro bien, motor, chasis, carrocería. Una buena limpieza le permitirá detectar fácilmente si hay piezas gastadas o reventadas: rótulas, compensadores, hules, bushings, botas de punta de eje, soportes, loderas, etc.

2. Antes de ir, hága un micro tune up al carro, no le va a tomar mas de dos horas, quite las candelas o bujías, cepíllelas con cepillo de acero o lija, asegúrese que los cables que alimentan las candelas enchufan adecuadamente, personalmente recomiendo (Si hay que cambiar) los de la marca Bosch o NGK. El kit que vende Repuestos Gigante no sirve para nada (Cables+candelas+tapa de distribuidor+rotor) No se embarque.

3. Cambie el aceite, el filtro de aceite, el filtro de aire y el de gasolina, Incluya en el cambio Stop Smoke de STP (se le añade al aceite durante el cambio) y Octane Booster de STP (eleva el octanaje de la gasolina y disminuye emisiones)

4. Lleve a chequear los frenos y que le den una ajustada. Así no le saldrá el desequilibrio entre ruedas.

5. Nunca vaya a RTV con los líquidos con nivel bajo, asegurese de que el liquido de la dirección, clutch, frenos, agua del radiador y escobillas estén en el nivel adecuado.

6. Revise todos los fiuses, si tienen mas de tres años igual que los bombillos, cambielos, son baratos, porque suele suceder que en plena prueba, ZAS se quema uno y ya es falta grave.

7. Asegurese que la placa, los espejos, las loderas esten bien sujetas, su carro será "manoseado" a ver si algunas de estas piezas están flojas o si les falta un tornillo o resorte, eso es falta leve.

8. Si días antes a la prueba oye como tierra o arena en el catalizador o el silenciador de la mufla...mejor cámbielos porque es un hecho que no sirven...

9. No le agregue al tanque alcohol o naftalina, podría llevarse una sorpresa con las emisiones.

10. De lo mas importante, si al manejar se le enciende al ratito el "Check Engine" es probable, muy probable que el sensor de oxígeno no sirve, reemplácelo, reitero, no compre de segunda (valen 5 mil), ni de Gigante (valen 9 mil) compre Bosch (17 mil) pero es un sensor para toda la vida, yo antes paría, porque los de Gigante duran como dos meses..

Y con esto al pie de la letra usted pasará Riteve tranquilo y a la primera....Sin darles gusto por la reinspección.

domingo, 16 de enero de 2011

La vida en un día

Si me preguntaran que hice el 24 de julio de 2010...No tendría una respuesta...quizá estuve con mi familia, tal vez trabajé ese día, pudo ser que estuviera de paseo lejos de la capital...simplemente fue un día mas en mi vida.

You Tube nos trae este regalo, gracias a una convocatoria hecha el año anterior, miles de personas subieron al popular sitio, videos de un día de su vida, particularmente del 24 de julio. No en vano, personalidades como Ridley Scott y Kevin McDonald, como director y productor respectivamente, señalan que este experimento cinematográfico pretende mostrar a todos los cibernautas, como es un día en la tierra  en todas las partes del mundo.

Momentos graciosos, dramáticos, confesiones, luchas sociales, triunfos deportivos, bebés...de todo hay en este rodaje. Mas de cinco mil horas de aportes de mas de 80 mil personas de 197 países, permitieron realizar esta película. Se prevee su estreno en las salas de cine el próximo 27 de enero de 2011.

Fuentes: Cinevideos.org, Noticiasdot.com You Tube y Nacion.com


El día que Facebook mató la Televisión

Me encontraba en tienda La Gloria el sábado anterior (8 de enero), cuando por los altoparlantes de la tienda sonó esta singular canción.



Desde el punto de vista musica, es una balada pop rock, muy al estilo de los años 60, sencilla, pero con una letra muy interesante y directa. Quizá sea este el gancho de la canción.

Melodramas, pleitos de pareja, necesidades económicas...de 620 aceptados solo nos relacionamos con diez... son frases curiosas pero hasta en ciero modo reales. Y es que Facebook durante el último año vino a revolucionar el concepto de hacer amigos, a tal punto de que si alguien es eliminado de una lista , suele ocasionar una  ciberguerra de muro a muro...

Facebook también revololucionó el comercio. Es posible hoy, si no estamos satisfechos con un producto, poner nuestro libre comentario en el muro o enviar un mensaje, es casi seguro que alguien lo atenderá y muchos tendrán acceso a verlo y por ende los tiempos de respuesta son sumamente rápidos. Tal vez aquellos buzoncitos de "Sugerencias y quejas" lleguen a desaparecer pronto.

En general, Facebook vino a promover la Libertad y el Derecho de expresión como nunca antes se ha visto en la historia de la humanidad.  Que es lo mejor y lo peor de Facebook? Aceptarían una invitación de sus padres para que se les una a su Face?. Abajo les dejo la letra de la canción.

Esteman-No te metas a mi Facebook

Pedro Villa y Josefina están prontos a ligar,
Pero Laura la vecina los ha visto desertar,
Juan Ruja renuncia y lo hace publicar
Leonora su esposa pronto lo va a borrar

Amanda y Miranda acaban de rastrear

A Lina su amiga que les dejó de hablar
Tantean, husmean, no hay nada que indagar
Es fácil, muy fácil, sólo opriman pokear

(Coro)

No no te metas a mi Facebook
No te metas por favor
Cada vez que tengo un inbox
Me provoca poner close
No te metas a mi Facebook
No te metas por favor
Cuando escribas melodramas
No me lo hagas por el wall

De 620 amigos te relacionas con 10

90 desconocidos más 60 friend requests
Te buscan, rebuscan, pronto te van a ver
Juntitos, toditos, apuéstenle a la red

200 eventos, a los que debes ir

Aceptas a todos aunque no quieras ir
Tu vida es difícil, tienes que decidir
Aplica la regla, ponle a todos maybe

Coro


No me lo hagas por el wall (bis)

Me provoca poner close

No me digas que no tienes que ir al baño

Cuando, te miro te la pasas Facebookeando
y luego suspiro, te vas a quedar un rato
y mucho más

No me digas que tienes otro cumpleaños,

Del que hace un año ni te hubieras enterado
Será que ahora es moda festejar con los extraños
Y brindar por brindar

Coro